Sábado 28/06/1900
Los marcianos causan el caos entre la multitud con su nuevo máquina: un trípode de trinta metros de altura que abanza con gran velocidad.
Mientras del pozo seguían saliendo nubes de humo y oyéndose repicares de martillos, alrededor de las tres de la tarde también se empezaron a oír las detonaciones de un cañón que se encontraba entre Chertsey y Addlestone. Las fuerzas armadas decidieron bombardear la zona en la que se encontraba el segundo cilindro con el objetivo de destruirlo antes de que éste se abriese. Más tarde, los marcianos comenzaron a incendiar todo lo que había al alcance de su rayo calórico. El repiqueteo de las ametralladoras era constante. De repente, y tan rápido como había empezado, todo ruido se detuvo para ser substituido por los rugidos y los destellos de una tormenta de truenos y rayos. Entonces, el cielo se iluminó con un destello de fuego verdoso: El tercer cilindro llego a
De entre los destellos apareció una monstruosa máquina de tres patas que avanzaba balanceándose: un trípode. Estos miden unos treinta metros, están formados de un metal reluciente del que cuelgan unos largos tentáculos flexibles que parecen ser de acero. En la parte superior tienen un capuchón, de color bronce, que parece ser un ojo, una cabeza que se mueve incesantemente de un lado para otro como si no quisiera dejar de mirar a su alrededor. Detrás del cuerpo principal cuelga una enorme estructura de un metal blanco que recuerda a los canastos de un pescador. De entre las uniones de los miembros que componen la colosal máquina sale un humo verdoso con cada movimiento que ejecuta. Después apareció otro trípode. Éste sostenía en uno de sus tentáculos un aparato del que salían destellos verdosos y que proyectaba el rayo calórico. Su rapidez es increíble. Parecen poder avanzar unos cien metros en pocos segundos. Y se comunican mediante unos aullidos ensordecedores, parecidos a algo como: ¡Alú! ¡Alú!
Ayer la zona empezaba a ofrecer la viva imagen del caos. Donde pocas horas atrás ardían los matorrales, y las plantas, ahora sólo salían columnas de humo. En una noche, la valle se redujo a cenizas. En los rieles cercanos a los hogares de Maybury, un tren había volcado. La parte anterior estaba destrozada y era presa de las llamas mientras que los vagones traseros continuaban aún sobre las vías. Las personas, que empezaban a darse cuenta de los nuevos peligros que las acechaban, se estaban ocultas en zanjas, sotanos… Todos los supervivientes se trasladaron a Woking y Send.
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